FINANCIAMIENTO Y POLÍTICA
A continuación reproducimos el artículo completo de Jaime Barrios Carrillo, publicado este domingo 21 de junio de 2015, en el matutino Siglo 21.
¿Quién
manda realmente en Guatemala?
La respuesta gira alrededor de quiénes financian
la política y cómo pasan luego las facturas cuando los partidos financiados
alcanzan el poder. El presidente Otto Pérez Molina se negó a dar a conocer a
sus financistas. No es la transparencia lo que caracteriza la arena política
guatemalteca. Mucho menos a este gobierno fallido y corrupto. Y esto no es nuevo
sino es una carencia estructural que ha venido desde hace décadas afectando
nuestro frágil sistema político.
Pero
poco se ha debatido sobre el déficit democrático que un financiamiento produce
en el seno de un partido político, supeditándolo a intereses de particulares.
Lo que se ha pretendido hasta ahora es solamente visibilizar a los financistas,
sin reflexionar que es precisamente la existencia de éstos lo que causa el
problema.
La
democracia representativa muestra hoy que hay muchos actores. Por lo menos en
cuanto al número de partidos que concurren en las urnas.
¿Pero son nuestros
partidos políticos modelos de democracia?
No,
porque no son los principios y la ideología los que valen sino la cantidad que
se ponga en las cuentas para la campaña política. Los financistas se aparecen
cada cuatro años. Compran puestos, cargos de elección y tráfico de influencias
y después de las elecciones los financistas están detrás de las grandes
licitaciones. El panorama se torna aterrador cuando se piensa que crimen organizado
y narcotráfico pueden estar entre los financistas.
La
atrofia de los partidos en Guatemala es profunda y muy seria: falta una amplia
membresía que participe de manera activa en el interior de las organizaciones y
que, como en las sociedades abiertas y plenamente democráticas, paguen sus
cuotas. La membresía solamente es un juego escénico para lograr la inscripción
con el número requerido de firmas.
Que
sean esas cuotas las que financien a los partidos y no los financistas que
anteponen sus intereses a los principios de una organización. Y que el
financiamiento se complemente con el volumen electoral logrado, o sea el
subsidio por parte del Estado a los partidos con base en los votos obtenidos:
más votos, más dinero.
La
debilidad de los partidos se muestra en sus carencias de cuadros y en la
formación de estos. Y en la nula o poca apuesta por la juventud; en otros
contextos los partidos tienen vigorosas secciones de jóvenes donde se forman
los líderes del futuro. También resalta la falta de plataformas ideológicas que
no sean solamente declaraciones pomposas y generalistas.
La
visión por la que abogo es la de prohibir la existencia de financistas. Sería
un incentivo real de verdadera competitividad política que vendría a favor del
trabajo interno de las organizaciones y el desarrollo de sus plataformas
ideológicas y programáticas. En las democracias representativas desarrolladas y
consolidadas asume el Estado el papel neutral que le corresponde otorgando
financiamiento transparente en relación directa con los niveles de votación
logrados.